El cetáceo recorrió la estación marítima local hasta quedar varado a
la altura del chorro, donde permaneció dos días.
Eran las 11 de la noche del martes cuando se la vio por primera vez en
el puerto de Quequén (Buenos Aires, Argentina).
No era la primera vez que una ballena se
acercaba a la desembocadura de este río. Lo más común es que eso suceda en
septiembre, cuando se dan los movimientos migratorios de estos mamíferos
gigantes.
La mañana del miércoles, Federico estaba trabajando como guardavidas a
6 km del puerto cuando la vio, desde la escollera. Se acercó por curiosidad,
pero enseguida se dio cuenta de que no era normal y le pidió al personal de
Prefectura que lo mantuvieran al tanto.
Horas después, recibió un llamado que lo confirmaba: había quedado
varada entre un barco y el muelle. Había que rescatarla.
El guardavidas se metió en el agua y salía a cada rato para escuchar
los mensajes de voz de la bióloga marina Gisela Giardino, que le iba dando
indicaciones de todo tipo. Que no hay que tirarle agua en el espiráculo
(orificio respiratorio) porque se ahoga, que hay que cuidarle mucho la aleta y
el ojo, y que es fundamental mantenerse alejado de la cola porque puede moverla
y lastimar a alguien.
Pero el tiempo es tirano. Cuanto más se retiraba el río, más encallada
quedaba, así que había que actuar rápido. “Al principio estaba asustada pero
cuando la empecé a tocar se calmaba. Le daba caricias y palmadas para mostrarle
que no estaba sola”, cuenta el guardavidas.

No cualquiera podía participar. Al existir un calado de 50 m de
profundidad, es una zona insegura. El agua les llegaba a la cintura y un paso
en falso, para quien no supiera nadar, podía ser fatal.
Federico le pidió ayuda a algunos alumnos de natación e hicieron un
scrum de rugby que, junto a la ola que generaron gracias al movimiento del
barco, finalmente la volvieron a meter al agua y volvió a nadar.
“Fue una algarabía”, dice el joven, y cuenta que la playa fue invadida
por aplausos y una gran emoción.
Lo que para muchos turistas pudo ser un atractivo y una invitación a
sacar fotos, al animal pudo costarle la vida.

Giardino, perteneciente al laboratorio de
Mamíferos Marinos de la Universidad Nacional de Mar del Plata, explicó cómo supervisó las tareas de rescate a la distancia. “Me avisaron que apareció una ballena en el río y que no era como las de 'siempre'. El biólogo Luciano Valenzuela me envió las fotografías y tal como el suponía se trataba de una ballena jorobada, también conocida como ballena yubarta o ballena alada (por el gran tamaño de sus aletas pectorales) (Megaptera novaeangliae)”, precisó en diálogo con Clarín.
Mamíferos Marinos de la Universidad Nacional de Mar del Plata, explicó cómo supervisó las tareas de rescate a la distancia. “Me avisaron que apareció una ballena en el río y que no era como las de 'siempre'. El biólogo Luciano Valenzuela me envió las fotografías y tal como el suponía se trataba de una ballena jorobada, también conocida como ballena yubarta o ballena alada (por el gran tamaño de sus aletas pectorales) (Megaptera novaeangliae)”, precisó en diálogo con Clarín.
La especialista recibió un segundo contacto del guardavidas y profesor
de educación física Federico García Canales, quien “se comunicó conmigo
preocupado por el ejemplar que seguía dentro del río”. “Le sugerí que
mantuvieran la distancia y no se acerquen con kayaks ya que puede ser
peligroso, porque el animal sin querer podría tumbarlos”.

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